Aunque a veces parezca difícil, casi imposible, es posible tener una buena comunicación con los y las adolescentes.

Pero para conseguirlo hay que pensar en el o la adolescente, ponerse en su lugar, mostrar empatía con él o ella. Solo de esa forma lo conseguiremos.

Para llegar a ello pueden seguirse unos sencillos pasos.

  • No insistir. Cuando el o la adolescente no contesta a nuestras preguntas, lo mejor es no insistir. Si intentamos obtener respuestas a pesar de su evidente negativa, solo conseguiremos que él o ella se cierre todavía más y además es muy probable que acabemos enfadados. Y es un enfado absurdo porque esas respuestas nos deberían haber dejado muy claro que nuestro adolescente no quiere contestar.
  • Escuchar. Es muy frecuente oír que los padres y madres de adolescentes se quejan de que sus hijos e hijas no los escuchan. Y suele ser verdad. Pero es mucho menos frecuente que esos padres y madres se pregunten sobre si ellos y ellas están escuchando a sus hijos. Escuchando de verdad, no solo de esa forma que consiste en asentir cuando se está ocupado en otra cosa pero que en realidad no supone prestarles atención real. Cuando se escucha a los demás es mucho más sencillo conseguir que los demás también nos escuchen a nosotros.
  • Confidencias. Es muy normal que padres y madres de adolescentes se quejen de que sus hijos no les cuentan nada. Pero también en ese caso deben preguntarse qué les cuentan ellos a sus hijos e hijas. Si nosotros les contamos cosas que nos importan, ellos nos contarán cosas que les importan.
  • Paciencia. Para conseguir que los hijos e hijas se abran es necesaria la paciencia. No se puede pretender que las cosas cambien de la noche a la mañana. Debemos seguir esos pasos una y otra vez, seguramente muchas, es decir, debemos empeñarnos en que salga bien, tener paciencia y esperar a que de resultados. El tiempo que haga falta.
  • Humor. Poner sentido del humor en nuestras vidas puede conseguir que la comunicación con nuestros hijos e hijas adolescentes sea mucho más efectiva. El humor nos permite dos cosas muy importantes: por un lado pone distancia con lo que ocurre, lo que hace más difícil que nos enfademos y, por otro lado, desconcierta al adolescente. Los adolescentes suelen ser seres muy curiosos y si ven en sus padres algo que no conocen van a interesarse por ello, aunque no lo hagan evidente. Y nosotros, sus padres, podremos aprovechar ese interés para poner los cimientos de una relación más comunicativa.